La de Pablo García (Castellón, 12 de enero de 1968) es una de esas historias con un guion inimaginable, imposible de concebir sobre el papel porque se sale de toda proyección lógica. Y es que en ella hay mucho de casualidad, de vaivenes de la vida que la han ido condicionando de una manera impredecible, llevándole de patrullar el Cantábrico como miembro de la Armada a llevar la contabilidad de un taller por haber empezado a estudiar Empresariales, convertirse después en un experto en electrónica o acabar teniendo su propia tienda de recambios con un desarrollo de negocio fijado igualmente por el azar. Esta es la historia del socio de Holy-Auto en Ponferrada, la historia de Pablo García.
Recambierzo es una de esas empresas atípicas que hacen de lo diferente su principal valor: “Al principio yo era un paisano que iba por los talleres vendiendo máquinas de diagnosis. Supongo que me verían como un loco”. Pero aquello le sirvió para que en los críticos momentos iniciales, allá por el 2002, su competencia no le echara demasiada cuenta. Cuando lo hicieron, ya no había quien lo parara.
Y es que hoy es un distribuidor asentado en la plaza que ocupan, llegando desde Ponferrada 120 kilómetros al sur hasta Benavente, metidos ya en la provincia de Zamora; o casi 90 al norte para llegar a Quiroga, provincia de Lugo. Pero la vida de Pablo García podría haber sido otra completamente diferente… Porque en su familia el sector de la automoción nunca estuvo presente y su sueño de juventud distaba mucho del de ser recambista: “A los 16 años me fui de voluntario a la Armada, adelanté la mili porque era mi vocación”. Y en su casa lo vieron como una buena opción, porque había poco dinero.
Recambierzo es una de esas empresas atípicas que hacen de lo diferente su principal valor: “Al principio yo era un paisano que iba por los talleres vendiendo máquinas de diagnosis. Supongo que me verían como un loco”.
A esa necesidad de apoyar económicamente en su casa se unieron sus ganas de ver mundo: “Tenía mucha sed de aventuras y pensé que en la Marina podía cumplir ese sueño que yo tenía. Hice la mili y luego pasé a ser profesional”. Pero no era todo tal y como se había imaginado… Pronto se dio cuenta de que el camino por el que se había decantado no era el mejor para sus pretensiones: “Si hubiera entrado con BUP o COU terminado hubiera ido a la Escuela Militar de Marina y hubiera salido como oficial. Por mi vía lo máximo a lo que podía aspirar era a ser ‘chusquero’…”, se reía.
Pero no todo fue negativo: “Allí fue donde me empezó a picar un poco el gusanillo por la mecánica”. Aunque de los barcos a los coches hay un trecho… el mismo que tuvo que recorrer desde entonces. Tenía 18 años, casi 19.
Hecho a sí mismo
El caso es que dos años después de iniciada su aventura naval decidía volver a Ponferrada. Y retomó los estudios, pero en su casa la economía seguía sin ser boyante. Tres años pasó (los dos que le quedaban de BUP y el de COU) vendiendo fruta por la mañana en el mercado, estudiando en horario nocturno y saliendo más allá de las diez de la noche del instituto para trabajar en un restaurante, al que también acudía los fines de semana.
Dos años después de iniciada su aventura naval decidía volver a Ponferrada. Y retomó los estudios. Tres años más tarde, teniendo 21, un amigo que trabajaba en una tienda de recambios le habló de una vacante en un taller: “Ayudaría en la contabilidad. Y dije que sí”.
Cuando terminó el instituto se matriculó en la UNED (Universidad Nacional de Educación a Distancia) para estudiar Empresariales. Una carrera que no terminaría (le resultaba muy complicado compaginar trabajo con estudios) pero que le serviría para lo que vendría…
Y pasados tres años de haber vuelto de la Armada, teniendo 21, un amigo que trabajaba en Aursi, histórica empresa leonesa de recambios, asociada del ya extinto grupo Direaso, le habló de una vacante en un taller: “Ayudaría en la contabilidad. Y dije que sí”. Había entrado en la posventa…
El origen
Muy joven, pero con muchas ganas de trabajar, no le costó hacerse con los mandos del área en la que entró para ayudar en un principio. Siendo de inquieto como es él, cuando tuvo controlado el tema más administrativo comenzó a explorar otros campos: “En aquel momento, en el taller se trabajaba con las denominadas ‘microfichas’: en una hoja que apenas tenía el tamaño de una pequeña libreta cabían cien hojas de información técnica, recambios… Las ampliabas con una especie de lupa y consultabas la información. El caso es que en mis ratos libres las leía: veías los esquemas eléctricos, averías…”.
Aquel taller era un servicio oficial de la red autorizada Bendix, especializada fundamentalmente en sistemas de fricción: “De la mano de Bendix muchos talleres entraron en el mundo de la electrónica. A uno de los cursos organizados por la red no quiso ir el mecánico del taller porque suponía ‘perder’ varios días. Mi jefe me preguntó si yo quería ir y le dije que sí”.
Fue el principio de todo: “Recuerdo que a aquel curso iban trabajadores de talleres autorizados Bendix de toda España. Era el tercer curso al que iban, por lo que se suponía que tenían ya una base importante. Yo sabía algo de mecánica, pero muy poquito de electricidad. El profesor comenzó a explicar y empiezo a oír hablar de una cosa llamada relé… Levanto la mano y pregunto: ‘¿Qué es un relé?’. Las caras que pusieron todos fueron un poema, pero el profesor me lo explicó fenomenal y me dejó un par de libros para que los leyera”.
Lo que vino después da buena cuenta de cómo es Pablo García: “Al salir de los cursos, cada cual hacía lo que quería. Lo teníamos casi todo pagado, así que la gente salía de copas y llegaba a las 2, 3 o 4 de la mañana. Yo me quedaba en el hotel estudiando. Al terminar los cuatro días de curso me fui con un nivel en cuanto a electrónica y diagnosis muy parejo al que tenía el resto”.
Después de ese curso vinieron muchos otros. Todos enfocados en lo mismo: “Hasta el punto de que yo era el encargado de la diagnosis y la electrónica en el taller. No hizo falta debate alguno, eran hechos consumados: yo era quien solucionaba los ‘marrones’ en los que ninguno quería meterse”. Y además se encargó de formar a sus compañeros: “Recuerdo que en los noventa, cuando hablabas a un taller de electrónica, era como si lo hicieras de un futurible que no sabes si llegará o no. Hoy ya es una realidad, pero entonces no lo veían tan claro”. Que él lo tuviera cristalino desde el principio le ayudó sin duda a su futura trayectoria profesional.
Nace Recambierzo
Y en 2002, doce años después de haber entrado a trabajar en aquel taller, llegó el punto de inflexión definitivo. El jefe de Pablo García estaba cerca de jubilarse, así que el futuro del negocio recalaría o en el propio Pablo o en alguien de la familia. Sería lo segundo: “Mercurio, distribuidor Bosch en León y Pontevedra, socio de Centro Holding (hoy CGA), que por entonces era nuestro proveedor en el taller, me hizo una propuesta. Sabían de mis capacidades con la electrónica y lo que estaba haciendo en el taller, así que me propusieron crear un negocio conjunto conmigo al frente que les ayudara de algún modo a potenciar la venta de productos electrónicos y relacionados con el diésel, en los que se necesita un alto grado de especialización. Ya había mucho common rail, la electrónica había avanzado… Había negocio”.
García lo vio claro, así que no quedaba más que ponerse en marcha: “Hipotequé mi casa, que estaba casi pagada, y pedí un crédito al banco. A mi mujer (Natalia) le daba el miedo lógico, pero confiaba mucho en mí. Yo salía de un trabajo estable, donde ganaba dinero, para embarcarme en una aventura. Pero lo tenía todo bien planeado…”.
Su proveedor Mercurio le puso un depósito de ocho millones de pesetas (48.000 euros) y le ayudó con 400 euros al mes para ir tirando: “Empezamos solo dos personas en un local de 150 metros muy cerca del centro de Ponferrada. Era gracioso vernos: cuando yo salía a un taller y mi compañero iba a llevar una pieza había que cerrar la tienda… Muy romántico todo”, recordaba.
“Empezamos solo dos personas en un local de 150 metros muy cerca del centro de Ponferrada. Era gracioso vernos: cuando yo salía a un taller y mi compañero iba a llevar una pieza había que cerrar la tienda… Muy romántico todo”.
Todo al inicio era fundamentalmente material eléctrico y electrónico: “Éramos una tienda Bosch a través de Mercurio, así que todo al principio era de esta marca. Y poco a poco también introdujimos sus gamas de mecánica: filtros, distribución… Pero con precaución, que en un sector en el que el número de referencias tiende a infinito y el de nuestro dinero tendía a cero, había que seleccionar mucho las familias”.
Entre su competencia apenas nadie les prestaba atención: “Unos nos daban dos meses, otros tres, otros incluso una semana… Fue bueno para nosotros porque nos dejaron tranquilos. Yo era un tipo que iba con máquinas de diagnosis por los talleres. Supongo que me verían como un loco, pero yo confiaba mucho en el negocio”. De hecho ese fue uno de sus pilares al inicio: “Era un valor diferencial enorme. El taller veía que les estábamos ayudando, que no solo les vendíamos recambio. Y respondían, eran fieles. Al tener esa parte técnica de ayuda al taller teníamos un mercado cautivo que nos aportaba cierta rentabilidad”.
Respetar a los reparadores siempre fue su apuesta: “Aunque yo viniera del taller, nunca tuvimos uno. Y nuestros clientes siempre fueron solo ellos. De hecho en la tienda no tenemos ni letrero; no me interesa que los usuarios vengan aquí y los talleres saben de sobra dónde estamos”.
La vida…
Ese primer año (2002) fue duro, pero aguantaron: “En casa vivíamos con el sueldo de Natalia (su mujer); lo que yo ganaba era para pagar a David, mi empleado”. En 2003 ya generaron beneficios: además de la confianza de los talleres ayudó el buen equipo que logró formar. No sería la única buena noticia de aquel año: “Nació mi hija mayor, Virginia (hoy tiene catorce años. Su hermano Rodrigo doce)”, recuerda con una gran sonrisa en la boca.
En cuanto la empresa comenzó a tirar, siguieron invirtiendo: “Reinvertimos para poder crecer en familias. Nos abrirnos a la mecánica con marcas como Sachs, Lemförder, SKF…”. Empezaban a ser más que una tienda Bosch, aunque todo lo compraran a través de Mercurio.
La evolución de la empresa fue ascendente durante los siguientes años. En el 2006, teniendo por entonces ya ocho empleados (de los doce que son hoy en día), el paso lógico era buscar una nueva ubicación donde seguir creciendo: “Vine a preguntar por la nave en la que ahora estamos, pero los precios en periodo precrisis eran inalcanzables”. Más tarde, en el 2010, no compraría una sino dos. De 300 metros cada una, donde hoy tienen su sede.
Y cuando todo parecía encaminarse, sucede algo que a Pablo García le cambia el guion por completo: “En el 2007 mi mujer sufre un ictus. Todo ha quedado en mucho menos de lo que al principio pudo haber sido, pero en aquel momento la empresa quedó en un segundo plano. Lo único que tenía en mente era por lo que estaba pasando Natalia, cómo podía ayudarla… Fue dificilísimo”.
Apenas unos meses después sucede algo que empresarialmente cambia su rumbo. Todo empezó cuando en 2008 Mercurio, distribuidor Bosch en dos provincias, sufre el cambio de estrategia del fabricante alemán respecto a la distribución de sus productos. Al dejar de contar con la exclusividad en su zona, Mercurio ve comprometida su viabilidad.
El compromiso que Pablo García había mantenido con ellos durante los años anteriores se limitaba a la condición de ‘autocentro Bosch’ (lo eran bajo su tutela) y al depósito inicial de ocho millones de pesetas: “No me pidieron nada durante todos aquellos años, pero en 2008 me metieron prisa. A pesar de todo yo había ido amortizando un millón de pesetas cada año, por lo que para entonces apenas tenía una deuda con ellos de uno. Lo pagué y fui libre”.
Pero la situación en Mercurio comenzó a ir de mal en peor, hasta que, llegado el momento, el delegado de zona de Bosch habla con el gerente de Recambierzo a propósito de la situación: “Me preguntó si estaría dispuesto a asumir la gerencia de Mercurio. Le dije que sí, pero a su gerente no le gustó la idea. Lo que quería era absorber Recambierzo y que yo actuara como un encargado, mientras que mi propuesta era que ambas empresas permanecieran separadas teniendo yo la gerencia con plenos poderes para acometer todos los cambios necesarios, que eran muchos y muy importantes”.
Holy-Auto me pareció la mejor opción. Me habían hablado bien del grupo y luego Manolo (Alcalde) me dio mucha confianza”.
No hubo acuerdo y dos años después Mercurio quebraba. Así que de nuevo debía buscarse la vida porque hasta entonces el producto lo adquiría por medio de Mercurio. Podía seguir siendo ‘autocentro Bosch’ con la intermediación de otro distribuidor en la zona, pero, ¿qué pasaba con el resto de productos? Vio la posibilidad de contactar directamente con los proveedores…: “Hasta que uno de ellos me dijo que para poder hacerlo tenía que entrar en un grupo de compra”. Serca, Grunosur y Holy-Auto eran las posibilidades que se le plantearon: “No sabía lo que era un grupo, yo en realidad venía del taller… Pero Holy-Auto me pareció la mejor opción. Me habían hablado bien del grupo y luego Manolo (Alcalde) me dio mucha confianza”. Y hasta hoy.
Estoy muy de acuerdo sobre lo descrito, yo llevó desde el año 1995 vendiendo y dirigiendo el departamento de Diagnosis y los mismos comentarios que a Pablo me han pasado a mí, recuerdo que por los años 88 o 89 comenté el tema del futuro de la diagnosis y me trataron como loco, y mira que llevo veinticinco años dedicado a la diagnosis. Saludos